viernes, 18 de marzo de 2016

Esa vieja del gato






          El gato gris estaba firme en ese lugar, como siempre. Inmóvil sobre lo que quedaba del tapial de la semi derruida casa de la que decía haber sido dueña en su juventud.

Ella pasaba por ahí. Mejor dicho, tenía que pasar por ahí todas las noches lanzando improperios a diestra y siniestra.

Improperios que eran en su mayoría ininteligibles. Sólo los más antiguos del barrio los comprendían porque encerraban palabras y frases que para los más jóvenes resultaban de otro idioma. Además del hecho de que muchos de esos viejos conocían muy bien como habían sido las cosas.

Un changuito chirriante anunciaba su paso. El eterno paraguas roto y quien sabe que cantidad de trapos, zapatos de un solo pié, bolsitas de diferentes supermercados que contenían restos de pan y fruta a medio marchitar. Una manta muy roída y mugrienta además de páginas de diarios completaba su equipaje.

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